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Writer's pictureAlex Mauricio C. L.

Una narrativa de la superficialidad contemporánea, agitar una botella llena de aire.

Updated: Dec 13



Una narrativa de la superficialidad contemporánea



Lo que queda al final del ruido.




Entre esta foto:


Una banana adherida a una pared mediante una cinta de embalar gris. Obra del artista italiano Mauricio Cattelan
Comedian, de Mauricio Cattelan

Y esta otra:


ustin Sun, millonario chino que esta comiendo la banana que hace parte de la obra Comedian, luego de parar 6.2 millones de dolares por ella en una subasta.
Justin Sun, millonario chino que esta comiendo la banana que hace parte de la obra Comedian, luego de pagar 6.2 millones de dolares por ella en una subasta.


Existiría la posibilidad de escribir un cargante ensayo sobre el real sentido de lo que concebimos como arte (contemporáneo o no) o sobre los nuevos( y no tan nuevos) bucaneros del capitalismo. Sobre cuánto puede durar un banano, suspendido en una cinta de embalar en una pared antes de que pierda todas sus propiedades químicas y físicas. Un ensayo sobre racismo, porque esta fruta es la preferida cuando los tontos que van a los estadios a gritar insultos racistas, cuando el insulto es básico y ramplón como el vociferador del mismo, a algún atleta negro que está en el campo, la banana hace las veces de insulto.


Se podría con estas dos fotos producir profundos estudios antropológicos o sociológicos sobre cualquier cosa que tuviera que ver con el verdadero sentido nuestro como raza humana.


Muchos de ustedes conocen la primera, pues es parte de una obra expuesta e ideada, decir elaborada creo que no le cabe me perdonaran, por Mauricio Cattelan, artista conceptual italiano, para el Art Basel de Miami en el ya lejano 2019, pandemia de Covid-19 por medio. El título de la obra: Comedian.


La otra imagen es más reciente, noviembre de 2024, en Hong Kong, y en ella aparecen el empresario chino Justin Sun, luego de ganar, en subasta, la obra de la primera fotografía, por la que pagó USD 6.2 millones, cumpliendo con la promesa de que luego de «recibirla», lo primero que iba a hacer era (y efectivamente lo hizo), delante de las cámaras, comerse el banano que estaba adherido a la cinta gris de embalar.


Antes de continuar con lo mío, querido lector, amable lectora, les voy a dar algunos segundos para que piensen en lo primero que se les ocurra alrededor de estas dos imágenes, (podría decirles, al estilo de una meditación, que cerremos los ojos, no obstante este no es un escrito dirigido a tal placer), pero sobre todo en el sentido que ellas proyectan más allá de lo que se ve.


Luego de eso, continuemos.


A mí también se me vinieron muchas ideas en tumulto a la cabeza, tantas que las tuve que parar antes de que cruzaran el umbral de mis pensamientos y me atropellasen. La primera que descarté fue la de: qué es y qué no es arte, porque es una discusión tan interminable como la de: qué fue primero, ¿el huevo? o la gallina. La otra fue la simplista y demagógica de: Cómo botan el dinero de esa forma los millonarios cuando en el mundo hay tantas necesidades. Estaba pensando en el hombre que compró la obra, o el derecho de uso de ella, dadas las circunstancias, porque al fin y al cabo Comedian es tangible e intangible al mismo tiempo, además de efímera porque se remueve de la pared y deja de existir materialmente, cosa que no sucede con una pintura o escultura.


Quizá, frente a lo que tengo que decir, deba agarrar algo de esos dos tópicos, aunque espero no sea mucho. Lo que se me vino después a la cabeza fue el concepto de banalidad y lo banal en la sociedad contemporánea.



La provocación


El tocayo, Mauricio Cattelan, se auto nombra como un artista provocador, y lo es evidentemente, con su obra Comedian, pero también con su sanitario bañado en oro, su caballo embalsamado suspendido de un techo. En fin, da de qué hablar. En ese sentido es provocador, sobre los logros estéticos de estas obras de arte, (obsérvese que en ningún momento he puesto entre comillas angulares («») esto de obras de arte, no quiero polemizar de si lo son o no) de eso sí me quedan dudas. Lamentablemente debo decir que, yo en mi ignorancia, soy de esa escuela en donde se valora el logro estético a la par con el antropológico o sociológico, etc, esto último es lo que podríamos denominar el fondo, como se nombra en literatura; y la forma, en este caso, es el estético, el visual, el que se percibe por los sentidos, sobre todo el de la vista. Así que, dicho lo anterior, Comedian es provocación, sin embargo, prefiero la provocación de aguda inteligencia de, por ejemplo, un Oscar Wilde, o quizás otro de estos lados más reciente, como Fernando Vallejo o su discípula Carolina Sanín o el británico Ricky Gervais. Provocador fue el boxeador Muhammad Alí, cuando haciendo uso de su velocidad sobre el ring, danzaba al frente de sus oponentes esquivando sus golpes. En fin, varios muchos hay. En general la provocación no es mucho de mi agrado, porque suele producir ruido, eso es correcto. Lo logra. Pero para que pase del ruido al sonido de algo audible, ese es otro cuento. Porque dicho ruido genera ecos superficiales que al final van desapareciendo como las ondas producidas por una piedra lanzada a un estanque muerto.



Sacaría de este grupeto, sin desmerecer a los demás, a Oscar Wilde ( y también al boxeador Alí), pues en él este ruido es acompañado de la ironía y esta es más efectiva para bucear en los problemas de la sociedad que el simple ruido de la provocación, sobre todo cuando esta se disfraza de inteligencia (disfrazarse de inteligente y serlo es muy distinto), disfraz que a fin de cuentas es lo que lleva a la banalidad, pues nada que se atenga a lo superficial pareciera perder su condición de baladí. 


La banalidad y la provocación


Los terrenos de la provocación son fangosos, porque pueden funcionar bien, alborotar el avispero, como decimos popularmente, crear diversidad de reacciones inocuas, incluso podrá en algunos casos generar reflexiones sociales que luego desaparecerán. Pero también puede pasar que estos efectos se aparten de lo intrascendente y se vayan al terreno incluso de la violencia verbal o de cruzarse con lo políticamente correcto, en esta sociedad tan sensible en algunos temas como los raciales, de género, religiosos y políticos, pero tan insensible en otros como los dolores producidos por las guerras ajenas. De ese combustible del ruido viven las denominadas «personalidades de internet», que las hay de todo tipo es obvio, pero principalmente me refiero a aquellas que cuando todo es silencio a su alrededor, buscan la manera de salir con alguna tontería con el fin de mantener sus métricas y estadísticas en las redes sociales. La audiencia es la riqueza; el silencio es el olvido y la «pobreza», todo en Internet pasa muy rápido así que, si no hay contenido nuevo, se desaparece, como cuando en los años 90 alguna actriz en horas bajas robó en una joyería para hacer sonar su nombre de nuevo. Las cosas de la fama.


Pero también hay banalidad en Justin Sun, el comprador de la banana con cinta de embalar. Este bucanero de los criptomonedas, de 34 años de edad, puede darse el lujo de pagar 6.2 millones de dólares por la obra en comento, podría decir también que traspasa los límites de la cuarta pared que mencionan en el cine, esa pared en donde el espectador deja de serlo para convertirse en interlocutor. Aquí él deja de ser solo observador y propietario para convertirse en parte de la obra, de su sentido, parte de esta Comedia humana, como el título de la bella novela de William Saroyan. Lo que hizo Sun es equivalente a si alguien compra la pintura de un bodegón y agarrara alguna fruta o pieza de queso o copa de vino de lo que se representan en la obra para incluirlo en su menú personal.


En Sun, evidentemente hay provocación, porque quienes adquieren en subasta alguna obra de arte, prefieren el anonimato, por las razones que sean. Pero este escogió la parafernalia. Parafernalia que comenzó desde pagar ese dineral, por una obra que se ha hecho famosa más por su ruido, que por su mérito estético. Provocación en anunciar que cuando la recibiera se iba a comer el banano delante de las cámaras.


El gesto dice más que las palabra y el mensaje que yo recibí de mi amigo el chino de las criptomonedas fue: Es mi dinero, yo hago lo que quiera (nadie se lo discute, amigo, uno hace con su plata lo que quiera, incluso si no es millonario, salvo que esté casado, el dinero sea escaso y el hogar tenga otras prioridades).


Una comedia inmoral


Es difícil hablar de los millonarios sin caer un poco en eso que llamamos demagogia. Se podría pensar que quienes no pertenecemos a este reducido grupo de privilegiados, nos estaríamos expresando con cierta dosis de envidia pero, realmente, uno envidia lo que conoce. Y como yo no conozco la vida íntima de la tribu de personas adineradas, no me gobierna la envidia. Hago esta claridad para que no se piense que yo soy uno de tantos progresistas llenos de inagotable rencor.


En general los y las magnates no son de mi agrado ( sé que a ellos no les importa esto que acabo de escribir y a mí tampoco me importa que no les importe), ni siquiera los que posan de ser personajes cool, como Richard Branson y mucho menos alguien como Elon Musk. Detrás de las grandes fortunas planetarias, de los grandes capitales, hay un alta dosis de inmoralidad, una inmoralidad que no se detiene ante nada y que explota directa o indirectamente los limitados recursos del planeta con la premisa de siempre tener más. Todos en mayor o menor medida explotamos lo que queda del planeta, pero la capacidad de destrucción mayor está siempre del lado quienes más riqueza poseen. Esto por solo mencionar una faceta de dicha inmoralidad, que perfectamente se puede extender a la política, los derechos humanos y laborales, las brechas sociales, etcétera.(Pido perdón a cualquier magnate que no sea tácitamente inmoral y por arte de mi generalización quedó incluido en esta clasificación)


Dicho lo anterior, cuando los veo haciendo payasadas, como nuestro amigo chino, Justin Sun, que compra una obra de arte ruidosa y superficial por una millonaria suma de dinero, para acto seguido presumir de su compra y luego interactuar con ella (quizás lo único digno de significación) comiéndose la banana, no deja de ejemplificar también una oda a lo banal.



Lo que queda después del ruido



Observe bien: Comedian, es un producto de arte pretencioso y superficial con una apariencia de fondo que no tiene, quiere ser provocador, pero con una provocación inane y estridente. Luego, un millonario de las criptodivisas, estos activos son un medio de intercambio digital que aspira a ser moneda de uso corriente, pero no cuentan con el respaldo que tienen las divisas amparadas por los estados y sus políticas de emisión de papel moneda. Es decir, los criptoactivos son tan volátiles como el significado y la trascendencia de Comedian. Después, este magnate chino decide recibir la obra y comerse el banano delante de las cámaras, un acto tan jactancioso y provocador como la misma obra que adquirió. De tal forma que obra, espectador-comprador, se funden en uno solo, una sola materia baladí e intrascendente, se confabulan en la «bananización del arte». Todo esto como una narrativa de la superficialidad contemporánea.


Bien decía Mauricio Cattelan, el artista, que su intención era provocar. Puede provocar indignación, nauseas o, como en mi caso, provocó que yo escribiera este artículo decembrino, por lo cual le estoy ampliamente agradecido.


Digresión final o coda para el último mes del año 2024


A propósito de diciembre, todo pasa muy rápido en estos tiempos, la Internet y las redes sociales ayudan mucho a ello, a veces nos dejamos arrastrar por este vértigo y perdemos el sentido de la contemplación, de tomar distancia de los hechos que nos rodean para verlos en perspectiva. Es decir, no buceamos, no profundizamos en el significado de lo que sucede, incluso lo que es peor, de lo que nos rodea como individuos. Lo escribió en 2004, Carl Honoré, en su libro Elogio de la lentitud (2004): 


Es inevitable que una vida apresurada se convierta en superficial. Cuando nos apresuramos, rozamos la superficie y no logramos establecer verdadero contacto con el mundo o con las demás personas. Como escribió Milan Kundera en su novela corta La lentitud (1996): «Cuando las cosas suceden con tal rapidez, nadie puede estar seguro de nada, de nada en absoluto, ni siquiera de sí mismo».

Evidentemente que, la banalidad o superficialidad de la que hemos estado conversando a lo largo de este texto, tiene diferencia de matices con la que plantea Carl Honoré, tiene otra naturaleza. La primera obedece a las ejecuciones de personajes que disfrazan de profundo lo que no es, mientras que la que menciona el autor del Elogio de la lentitud, confronta el patrón de vida que llevamos en estos tiempos, sobre todo en los grandes conglomerados urbanos, el afán, la velocidad a la que nos conducen las presiones sociales o económicas de la vida moderna.


Ahora sí, a propósito de diciembre, en una buena parte del planeta se celebra la Navidad, ya sea como fiesta religiosa, o laica, para quienes no tienen la misma creencia. Una conmemoración para unir a las familias, a las personas. Sin importar cuál sea nuestra manera de hacerlo, es bello tomar distancia para disfrutar de la presencia cercana o lejana de nuestros seres queridos, sin afanes consumistas, solo por el placer de la compañía. Tratar de que en medio del ruido de la celebración se pueda silenciar nuestro ego para que nos lleve a escuchar los latidos de otras vidas. Que demos gracias por ello, pero que también recordemos que en algún lugar del mundo hay personas que están sufriendo las tragedias de la guerra, la migración, la persecución. Según sea nuestro creer, oremos por ellos, o retengámoslos por unos momentos en nuestros pensamientos.


Felices fiestas, Feliz Navidad. Que el próximo año sea de sueños y metas cumplidos para mis queridos amigos, amigas que pasan por aquí y me han apoyado con su lectura a lo largo de estos doce meses.


Fuentes:





(2024)


Una narrativa de la superficialidad contemporánea.

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