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Writer's pictureAlex Mauricio C. L.

Thomas Wolfe o el empoderamiento de la memoria. Literatura norteamericana del siglo XX

Updated: Sep 2, 2023


Lieratura norteamericana del siglo XX



Acerca de El ángel que nos mira(1929)


Mi conflicto diario con el Debe y el Haber, las enormes acumulaciones de recuerdos de mis años de lucha con las formas de la vida, mi brutal e infinito esfuerzo por grabar en la memoria cada ladrillo y cada adoquín de todas las calles por las que había andado, cada rostro de las abigarradas muchedumbres de todas las ciudades, de todos los países con los que mi espíritu había contrastado su salvajismo luchando desigualmente por la supremacía, todo volvía ahora: cada piedra, cada calle, cada ciudad, cada país, sí, incluso cada estante de la abarrotada biblioteca cuyas hileras de libros había intentado devorar en la universidad; todo volvía, transportado por estos poderosos, tristes y en cierto modo sosegados sueños dementes.
Thomas Wolfe, La construcción de una novela

El anterior fragmento hace parte de un texto en el cual Thomas Clayton Wolfe (1900-1938) vierte todos los sentimientos y azares padecidos en la construcción de su novela Del tiempo y del río. El libro por reseñar en esta ocasión es su primera novela, El ángel que nos mira, Valdemar, 2009. No obstante, el fragmento citado puede ser aplicado a la obra que nos ocupa, pues ambas tienen sus raíces en la vida y circunstancias del autor, siendo profundamente autobiográficas.


El ángel que nos mira se clasifica dentro de lo que se conoce como novela de formación o aprendizaje (Bildungsroman), etiquetadas así por el filólogo alemán Johann Carl Simon Morgenstern. Cuenta la vida de Eugene Gant, y con ella la de su familia, abarcando un período que va desde antes del matrimonio de sus padres con una breve dedicación a la vida de Oliver Gant, su padre, antes de llegar a Altamont, donde conoció a Elizabeth Pentland, su esposa; hasta el fin de la juventud de Eugene, la juventud pueril del hijo que aún no se ha destetado del núcleo familiar y quien luego se marcharía a estudiar a Harvard.



El argumento


En once años, dio a su esposo nueve hijos, de los que vivieron seis.

En 1900 nació Eugene Gant, trasunto de Thomas Wolfe. La novela fue publicada en 1929, cuando el autor contaba con tan solo veintinueve años. Si bien la voz narradora está principalmente al lado de Eugene Gant, esta misma se mueve en mayor o menor medida entre todos los miembros de la familia, abandonando prematuramente a los dos mayores (Steve y Daisy), quienes desde muy jóvenes dejaron el resguardo familiar en busca de sus propias vidas. Es notorio el reparto de afectos del narrador, una tercera parcializada de una poética desbordada; herencia, quizá, del romanticismo literario. Un reparto de afectos que no duda en amar a Eugene, pero también al malogrado, sensible e inestable Ben o al tartamudo cadete de marina, Luke o a Helen, la hermana que aún vivía con la familia. Mientras hacia los demás miembros, por lo menos para El ángel que nos mira, la misma fábrica de afectos se mueve en bandazos de amor, simpatía y disonancia.


¿Así fue para Thomas Wolfe la relación con su familia o con los vecinos de Ashville? Él se encarga de responder a este interrogante en una nota dirigida al lector antes del inicio de la obra, con el hondo deseo de que esta novela de índole biográfica no comporte una dificultad con sus coterráneos.


…esta nota va principalmente dirigida a las personas a quienes pudo conocer el autor en el periodo abarcado por estas páginas. A esas personas les diría algo que cree que comprenden ya: que este libro fue escrito con espíritu cándido y desnudo, y que el principal empeño del autor fue dar la plenitud, vida e intensidad a las acciones y a los personajes del libro que creaba. Ahora que este va a publicarse, quisiera insistir en que es un libro de ficción, en el que no pretendió retratar a nadie.


La edición de esta representante de la literatura norteamericana del siglo XX, que se revisa para esta reseña trae un artículo del conocido editor de la época, Maxwell Evarts Perkins, que da cuenta de lo infructuoso de la advertencia, pues supo Wolfe del dolor causado, incluso a sus seres más queridos, con la publicación de ambas novelas (Del tiempo y del río y El ángel que nos mira). El autor se dolía de que los críticos dijeran que el sólo era capaz de escribir sobre sí mismo.

Thomas Wolfe se defiende de manera justa en la misma «Nota al lector», de que toda obra literaria tiene algo de autobiográfica. De ello damos fe quienes alguna vez hemos intentado escribir ficción. Apelamos a los recuerdos, estrujamos la memoria en busca del carácter del personaje que estamos creando, adobado con nuestros recuerdos, pero también con lo visto o leído, con lo escuchado, con lo «inventado», de este brebaje surgen los personajes más o menos cercanos a la realidad literaria o a la realidad fáctica.

Y el carácter autobiográfico, ya sea de manera concreta o soterrada, hace parte ineludible de las llamadas novelas de aprendizaje; unas de manera directa, como El ángel que nos mira, y otras de forma indirecta, cuando se cuenta la vida de un personaje de inventiva del autor. En todas ellas, a medida que crecen los personajes, los creadores van dejando en cada uno retazos de sus vidas; desde la ingenuidad de la infancia pasando por la incomprendida adolescencia al despertar de la juventud y hasta donde lleguen los respectivos argumentos.



Lieratura norteamericana del siglo XX
Portada a la edición de Valdemar(2009)


El alcance limitado en el tiempo de vida del personaje Eugene Gant para la novela, es compensado por la intensidad vital y nivel de detalle con que el narrador cuenta la historia de Eugene y su familia. Sabemos que en la infancia se forja el carácter del ser y el autor se encarga de profundizar en los elementos que forman este carácter: los ancestros, el suelo, el clima, la región geográfica, los vecinos. Es una historia narrada de manera seria y solemne donde el humor es procurado por el carácter de los personajes. La expresividad ampulosa y teatral del padre, Oliver Gant, la obsesión de la madre, Elizabeth Gant, por acumular bienes inmuebles, la maternidad frustrada de Helen, una de las hijas. Las infructuosas búsquedas existenciales de Ben, el hermano más cercano a Eugene.


La técnica en la voz narradora


La voz narradora es, indudablemente, la marca del autor. En ella él se entrega a sí mismo con toda la pasión literaria de que es capaz. Deseaba contarlo todo, al mayor nivel de detalle posible. Esa minuciosidad aunada al estilo exuberante y desmesurado puede hacer que algún lector abandone la lectura de la obra. Sin embargo, la recompensa para quien decide permanecer es abordar la anatomía de una pasión por la literatura, que va más allá de cualquier consideración de innovación estilística o desafíos estructurales. En los cerca de tres años que tardó la escritura de ella es notorio el cambio y la depuración del estilo. La novela empieza con la obsesión por los inventarios (son para mí inolvidables las descripciones de los desayunos y las comidas en general), las enumeraciones y las descripciones poéticas prolijas de la Norteamérica profunda, una poética que de alguna manera recuerda a Whitman.


Luego este mismo estilo se va moderando al promediar la mitad de la novela. Las descripciones enumerativas se contienen; la lírica, sin desaparecer también se morigera. El autor se toma licencias que van al servicio de querer contar lo suyo sin restricciones. Hay episodios aparentemente inconexos con el argumento, algunos de ellos con tintes oníricos que podría pensarse no aportan nada al avance de la historia, pero que sirven, por ejemplo, para describir a los ciudadanos y ambientes de Altamont o para manifestar algún estado de ánimo, sobre todo de Eugene, en algún momento específico. Ya se dijo que en las novelas de formación se explora aquello que forja el carácter del personaje, de allí que sea valioso conocer el Altamont de E. Gant.


Esta misma voz narradora, que como se mencionó, está al servicio de los excesos del autor; se toma licencias para intervenir, sin concierto, de emitir sus juicios y pensamientos de manera abstracta sobre una idea o concretamente alrededor de los personajes. La voz narradora es un personaje en sí misma, al servicio, más que nunca, de los deseos y caprichos expresivos del autor. Quien espere encontrar en este libro prodigios de la técnica narrativa o innovaciones en la forma, probablemente se decepcione. Hallaremos en esta novela, eso sí, la vida hecha literatura con unos personajes inolvidables y magníficamente construidos; con sus tics, sus olores, sus triunfos y pequeñas miserias, es decir, con su frágil humanidad al completo. No en vano en su época la obra de Wolfe fue admirada por Faulkner o Sinclair Lewis o más recientemente Phillip Roth, en Colombia Roberto Burgos Cantor manifiesta gran admiración por estas novelas. Valorando ellos esa capacidad del autor para retratar a la humanidad desde su propia experiencia vital, pero también por describir los fragmentos de la Norteamérica más honda.


La memoria como un órgano literario


Pero este retrato es viable desde la capacidad de escritura del autor. Thomas Wolfe era un huracán creativo a quien su editor Max Perkins tenía que contener, pues los folios que producía superaban la desmesura (Algo de ello trata de contar la reciente película Genius (2016), (que narra la relación entre estos dos hombres, aunque no contó con gran éxito cinematográfico). Y es que, si consideramos la memoria como un órgano para la literatura, él hizo uso de esta haciendo funcionar todas sus válvulas. El mismo autor cuenta en La construcción de una novela, que puso a conversar a cuatro personajes y que la conversación era tan vívida y entretenida que se le fueron en ella cerca de doscientas páginas. Todos estos excesos fueron mutilados y en cada corte sufría su alma.


Novela norteamericana del siglo XX
Editor y autor


Y es que la memoria y sus recuerdos son, en grado sumo, materia prima para la literatura. Thomas Wolfe es la muestra palmaria de ello.Y es así como él lo relata en La construcción de una novela:


…mis facultades sensitivas y creadoras, mi capacidad de observación y comprensión, mi sentido del oído incluso, y, sobre todo, el poder de mi memoria, habían llegado a su mayor agudeza.

La literatura, entonces, tiene una gran deuda con la memoria, sin ella, perdería su capacidad expresiva; quien escribe sobre «el señor de la guerra», debe por fuerza extraer de sí a «el señor de la guerra». Si en la poesía esta memoria hace que en el autor haya un desdoblamiento expresivo de sí mismo; en la prosa y la ficción esta memoria se disgrega en retazos que se diseminan a lo largo de toda la obra literaria en pasajes argumentales y mucho en los personajes que la habitan. La literatura es memoria y la memoria es literatura, por eso los personajes de Wolfe, para su realidad fáctica podrían ser perfectamente anodinos, pero por obra de la creación de este autor, y sobre todo en él, se convierten en literatura. Así lo refiere Max E. Perkins en su introducción a El ángel que nos mira:


Pero cuando trabajamos juntos, vi súbitamente que a menudo era casi literalmente autobiográfico, que la gente que aparece en el libro era su gente. Estoy seguro de que se pintó en mi cara una expresión de alarma, y Tom lo advirtió y dijo: «Pero, señor Perkins, usted no lo comprende. Yo creo que estas personas fueron grandes y hay que hablar de ellas». Tenía razón.

Consideraciones finales para una novela de la literatura norteamericana del siglo XX


Si me preguntan por qué hay que leer El ángel que nos mira, que es finalmente lo que persigue una reseña, diría que además de ver el «órgano» de la memoria en acción, también en esta novela y con este autor si bien puede que no contraigamos una deuda literaria desde los recursos de la forma para quien desea escribir, o quien disfrute de la literatura sin ninguna pretensión; tal vez sí tendremos con esta, una verdadera deuda emocional. Como la que dejan aquellas obras que perduran en la memoria y cuyos personajes e historias son entrañables. La mejor manera de definir a Thomas Wolfe como creador literario lo dio un empleado de la editorial Charles Scribner´s Sons al entregarle a Max Perkins el manuscrito de la novela que nos ocupa, en un diálogo de la película Genius, el cual reproduzco:


—Puede que quieras leer a éste. (le exhibe un armatoste de tres mil páginas)

—Por favor, dime que es a doble espacio.

—No hubo tal suerte.

—¿De dónde lo sacaste?

—De una mujer llamada Aline Bernstein, ¿la escenógrafa? El autor es su... protegido. Cada otro editor en la ciudad ya lo ha rechazado.

—¿Siquiera es bueno?

—¿Bueno?

—No

—Pero es único.


(2018)






Literatura norteamericana del siglo XX



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