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Writer's pictureAlex Mauricio C. L.

Poesía de la casa. Un tríptico. Así es como me arriesgo a maltratar unos versos.

Updated: Aug 25


De cómo me arriesgo a maltratar unos versos. Poesía de la casa


He de reconocer que el terreno en el que me siento más cómo es de el de la prosa. Ya lo habrán notado. Ocasionalmente, hago ejercicios de escritura en verso, de poesía. Los denomino ejercicios, porque es una manera de desacomodarme pisando otros terrenos más escabrosos para mí. Respeto a quienes viven de y por la poesía y por eso denomino lo mío como ejercicios poéticos. A veces encuentro en la escritura en verso, posibilidades expresivas que la prosa no me permite. Ya en el pasado, en este su blog de confianza, había dejado unos intentos de haikus de hace más de diez años de antigüedad. Lo mismo sucede con el siguiente tríptico, que ha sido rescatado de un olvido de diez años y remodelado para la ocasión. Gracias a Diana Orduz por sus aportes al respecto. Todo lo anterior para decirles que andaba escaso de material y por diversas situaciones vitales no había podido postear nada desde hace más de un mes.


A continuación, con ustedes, poesía de la casa. A los expertos en el género, de antemano, les ruego benevolencia.







Visiones de la casa

Tríptico


I

Si él fuera Whitman diría que:

Mi techo son las estrellas.

Mi lumbre, la luz láctea que llena la luna,

Por cama, la hierba esponjosa en la que tendería mis fatigas;

mi comedor, la mesa de quien ve el hambre de sus otros.

 

Mi patio, la ruta por la que caminaría con el soldado,

hasta antes de disparar al enemigo imposible.

Regresaría luego con él, en su caja, besaría su cráneo,

luego lo entregaría a la madre de todas las desgracias.

 

Mi alberca, sería el arroyo en el que reiría con las lavanderas

que desnudas olvidarian, brevemente, sus amores desdichados

como se olvida una pompa de jabón.

 

Leería a la sombra grandiosa del árbol donde antes,

se habrían besado dos muchachos

que, furtivos, regresarían al pueblo como si nunca,

como si siempre, como si nada.

 

Leería una y otra vez la oda a Whitman

de García Lorca como un «Canto a mí Mismo».



De cómo me arriesgo a maltratar unos versos. Poesía de la casa
Walt Whitman, poeta norteamericano

 

 

II

 

No soy Whitman.

Mi casa es otra.

Transitar hoy a mitad de la noche

por estas calles sin dueño,

es un acto insensato.

 

Eso me pasa por habitar una ciudad

poblada de cuchillos y afrentas.

 

Recuerdo,

como si las letras fueran una vida real benevolente,  

aquellos entrañables vagabundos de Knut Hamsun

gobernados por sus instintos

y un cierto aire de salvaje inocencia.

Esos que encontraban pitanza, posada

y amores baldíos, a golpes vigorosos

de hacha.

 

Mi casa es otra, lejana de los bosques,

en lo alto de un cerro en abierto desafío

a las fuerzas de Newton.

 

No voy de pueblo en pueblo cantando

a un mundo caduco

y nunca mis palabras estarán al servicio del capitalismo,

así mame de sus agrias leches,

porque estas palabras no calman el hambre, la

que no está hecha de metáforas.

 

Mi casa es otra,

en su silencio adivino la quietud del bosque y

el lejano aullido de autos, perros callejeros y detonaciones.

En el barrio hay otras bestias salvajes, peores.

 

Las coníferas son los postes de la luz

donde cuelgan, inútiles, unos tenis

del último partido de fútbol callejero.

 

Advierto cómo esta casa brilla,

luego de limpiarla y frotarla con la gamuza y las aguas de la poesía.

 

III

 

Mi casa es esta.

Camino hacia ella,

no soy vagabundo,

no es mi cómplice la noche.

Me esperan unos versos inconclusos

y una lata de cerveza en la nevera perentoria de quincena.

 

Mi casa es esta.

Mientras viaje con la poesía, cualquier muro es mi hogar.

Marcho con el sol a cuestas y la noche en mi regazo.

El bosque, si lo hay, está en el pelo de las muchachas.

El tiempo es el río que cruza por mi vista, inexorable.

Voy a calle traviesa agarrando versos de los antejardines.

 

Mi casa es esta.

Converso con mi peluquera

que propone, cándida,

devolverme la juventud perdida con un nuevo corte de moda,

si le escribo unos versos para un amor esquivo.

Le hablo de Whitman,

un hombre que a todos amó.

Ella profesa:

«No es Whitman es Jesús de Nazareth».

Yo no hablo de política,

para eso están los curas.

Le entrego un poema con la garantía de que el hombre cae.

Ella me entrega mi juventud, lo prometido.

 

Me sumerjo en el bullicio

con mi florida escafandra de metáforas.

Mientras, llueve y la noche regresa.

Abro mi paraguas sonriente,

Quedo atrapado en la fila del bus, en la de la impaciencia.

Huyo de allí.

 

Camino a donde me llevan mis pasos. 



De cómo me arriesgo a maltratar unos versos. Poesía de la casa
Conífera ciudadana, fotografía tomada por el autor.

(2024)


De cómo me arriesgo a maltratar unos versos. Poesía de la casa

 

 

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