A manera de prólogo debo decir que este microrrelato tiene el origen en un artículo noticioso. No sé si les he contado que una de mis fuentes de escritura son las noticias, porque como dice la frase recontragastada, pero no por eso menos cierta: la realidad supera a la ficción, aunque el texto abajo es ficción absoluta, escrito como una paráfrasis de la realidad, como los secretos de una canción.
Sobre las cenizas del dolor
Cuando yo estaba lejos de conocer al amor de mi vida, vi como mi hermano perdió el suyo, y quise, lo hice con tanto denuedo, componer una canción que narrase aquel amor por siempre perdido. Logré una canción que quisieron cantar, y lo hicieron, Cesária Évora, Luis Miguel y la mismísima Olga Guillot.
Pasaron los años y pensé que estaba condenado a escribir canciones para amores ajenos. Pero llegó el mío, amor maduro para la época en que tener treinta y ser soltero era el comienzo de una cadena perpetua de soledad. Al fin encontré a la destinataria de mis canciones. La mujer de los ojos verdes y la mirada clara. La depositaria de mi amor reposado, la madre sin excusas, la esposa puntual y cotidiana en el amor de dos. Amó todas las letras, así como yo a ella la amé.
Un día supo, no entiendo cómo no lo supo antes, que detrás del pseudónimo de la canción de mi cuñada muerta estaba yo, su marido. Ella cambió, como si algo por dentro se hubiese fracturado. Una fisura diminuta, casi imperceptible, de esas que crees pueden salir con un paño húmedo. ¿Eran celos no dichos? Nunca me lo dijo, nunca. Nunca lo pregunté, fue mi cobardía tal vez. Siempre que escuchaba aquella canción, una gasa delgadísima opacaba sus ojos diáfanos, como cuando miras a lo lejos a través del velo de una lágrima.
¿Sintió celos de mi cuñada muerta? ¿Celos de que esa canción fuera más bella que las que ella mi inspiró? Puede ser, pero ¿quién define cuál será el destino de una canción?
Hace poco murió dejándome huérfano de su amor. Un amor sereno, firme y añejo que nos legó dos hijas y, ahora, una soledad descomunal.
Fui capaz de componer la canción que ella hubiese querido, la compuse, estoy seguro como lo estuve de su querer. Mi amada esposa ya no vive para escucharla.
Triste origen el de las obras de arte que emergen luminosas sobre los rescoldos del dolor.
Revelación posterior al ejercicio: Resulta que hoy (septiembre 30 de 2024), como hecho coincidente, paradógico, o milagroso, caminando por el centro pude escuchar la canción a la que se refería la noticia que inspiró este microrrelato, de la voz de una cantante de las que se buscan la vida a la buena voluntad de los caminantes. ¿Casualidad? Juzguen ustedes, porque yo quedé tremendamente impresionado.
(2024)
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