top of page
Writer's pictureAlex Mauricio C. L.

Cómo decir no en el trabajo. Bartleby el escribiente, de Melville. Literatura norteamericana

Updated: Aug 13, 2023


La eternidad para los hombres sin esperanza.




En 1890 un periodista del New York Times apuntaba: “Hay más gente hoy que cree que Herman Melville está muerto de la que sabe que aún vive. Si uno da un paseo por la East Eighteen Street de la ciudad de Nueva York, cualquier mañana a eso de las 9 AM, puede ver al escritor de aquellas famosas historias marítimas que, en su línea, jamás han sido igualadas. El señor Melville es ahora un hombre viejo pero vigoroso. Es empleado de la Aduana y todavía persiste en él la atmósfera de sus libros. Cuarenta años atrás, cuando apareció Typee, su libro más famoso, no había autor más reconocido que él”
Texto tomado de la edición online del suplemento literario de: “Página 12” 2009/01/02

Literatura norteamericana del siglo XIX
Portada de una edición digital de Bartleby, el escribiente, de Melville


Escribir de Bartleby, el escribiente, de Herman Melville (1819-1891) es hacerlo de una obra ya leída y preferida por muchos, tal y como lo han sido: «La dama del perrito», de Chéjov, «El nadador», de John Cheever; «Los asesinos», de Hemingway; «Bola de sebo», de Maupassant; «La Metamorfosis», de Kafka; «Continuidad en los parques» o «El perseguidor», de Cortázar; «El Aleph», de Borges, o incluso, «El infierno tan temido», de Onetti. Ninguna de las anteriores tan antigua como «Bartleby».


Sobre la obra


Bartleby, el escribiente, fue publicada inicialmente en el año de 1853 en dos entregas, y de manera anónima, en Putman´s Magazine. No fue un texto con mucha acogida, su relevancia fue tan tardía como el conjunto de la obra de Melville, que comenzó a ser apreciada a principios del siglo XX.

La obra narrada en primera persona inicia en tiempo presente con la confesión de un personaje:

SOY un hombre de cierta edad. En los últimos treinta años, mis actividades me han puesto en íntimo contacto con un gremio interesante y hasta singular, del cual, entiendo, nada se ha escrito hasta ahora: el de los amanuenses o copistas judiciales.

El hecho de comenzar en presente, con la palabra “Soy” así como con la expresión “hasta ahora” le da un aire de intemporalidad al texto, pues la voz narradora “es” en el presente del lector del momento, este recurso es interesante para dar aquella sensación permanencia en el tiempo, a pesar de la poca seguridad que tengamos en que este oficio aún exista o que haya sido reemplazado por el de secretaria, secretario o digitador, o superado con creces por la fotocopiadora o el escáner.


Luego de presentarse de ampliamente ante los lectores, este narrador-personaje, abogado de profesión, comienza a desgranar la descripción de cada uno de sus subalternos, tres, antes de que apareciera en la puerta de su despacho cualquier día, en un pasado indeterminado, el hombre que motivó el relato. Son dos copistas y un mensajero. Aquí el autor hace acopio de concisión y en pocas líneas describe a cada uno de los tres en sus aspectos físicos y lo más importante para la obra, su carácter.


Pero con todas sus fallas y todas las molestias que me causaba, Nippers (como su compatriota Turkey) me era muy útil, escribía con rapidez y letra clara; y cuando quería no le faltaban modales distinguidos. Además, siempre estaba vestido como un caballero; y con esto daba tono a mi oficina. En lo que respecta a Turkey, me daba mucho trabajo evitar el descrédito que reflejaba sobre mí. Sus trajes parecían grasientos y olían a comida.

Es interesante observar cómo a lo largo de la obra los mencionados Nippers y Turkey, que son descritos como entes distintos, funcionan como un solo personaje, el carácter de uno se complementa con el del otro. Del otro lado está Ginger Nut, el recadero, un chico de doce años cuyo padre estaba empecinado en que aprendiera del derecho y que en pocas ocasiones aparece en el texto.


Posterior a la larga introducción de los personajes y espacios en los que se va a desarrollar el relato, aparece el esperado Bartleby, sobre el cual la voz narradora ya iba dando apuntes en las líneas anteriores. Llega cualquier día en procura de un cargo de copista que el abogado requería debido al aumento de las obligaciones de la oficina. El narrador da una tan rotunda como bella descripción del, hasta ese momento, aplazado copista:


En contestación a mi aviso, un joven inmóvil apareció una mañana en mi oficina; la puerta estaba abierta, pues era verano. Reveo esa figura: ¡pálidamente pulcra, lamentablemente decente, incurablemente desolada! Era Bartleby.

Bartleby, hombre callado, discreto y dedicado a sus labores, era la ensoñación del narrador. Hasta que requirió de él para que le ayudara a revisar un texto judicial, trabajo que consistía en que uno leía en voz alta y el otro revisaba la copia escrita para que cumpliese con el original. Frente a la perentoria labor, Bartleby contesto inmutable la que sería una frase ya legendaria para la literatura y que se repetirá con asiduidad a lo largo del texto: «Preferiría no hacerlo».


A partir de este suceso, que se podría definir como el evento bisagra del texto, se comienzan a desmadejar episodios cada vez más extravagantes alrededor de esta negativa del personaje del escribiente, en relación con los otros personajes, incluso y muy importante, con el personaje de la voz narradora; con su mutismo trastorna la gris tranquilidad de la oficina del abogado.


La voz narradora adquiere gran relevancia en este texto, una primera persona que se implica a sí misma, se transforma por los acontecimientos mientras aparentemente solo cuenta el comportamiento singular del escribiente, dicha voz-personaje se narra mientras cuenta lo que su sucede en su oficina de Wall Street. Esta primera persona es tan célebre como la primera persona que aparece en El corazón en las tinieblas, de Joseph Conrad, donde hay una primera dentro de otra primera. O la vitalísima de aquel hombre que fue devorado por la selva, en La vorágine, de José Eustasio Rivera. O la del mismo Sinuhé, el egipcio, de Mika Waltari o Claudio, personaje de Robert Graves. Mediante esta voz narradora, el autor nos conduce hábilmente a través de las vicisitudes de su personaje narrador. Sus limitaciones emocionales, su ignorancia acerca del comportamiento del escribiente, su impotencia frente a la manera como debe tratar esta situación.


De Bartleby poco se conoce: «De otros copistas yo podría escribir biografías completas; nada semejante puede hacerse con Bartleby. No hay material suficiente para una plena y satisfactoria biografía de este hombre.» Ello hace que las situaciones que de a pocos llevan al absurdo sean todavía más complejas. Bartleby en medio de su mutismo, es monolítico, impenetrable como una culpa en la conciencia y tiene sus mismos efectos en el abogado, unas veces le compadece; en otras le repulsa.


Conexiones literarias con una obra de la literatura norteamericana del siglo XIX


Un aspecto que contribuye a crear una atmosfera opresiva acorde con lo que va sucediendo con el argumento son los espacios físicos cerrados, donde sucede la mayor parte de la trama, espacio que recuerdan a los kafkianos de El proceso o que remiten a los de Jakob Von Gunten, de Robert Walser con su escuela Benjamenta.


Es inevitable pensar en Kafka cuando se lee a Bartleby, como si el escritor checo se hubiese nutrido de «Bartleby» para hacer lo suyo, sin embargo, se dice que es poco probable que Kafka hubiese conocido esta obra. Pero a quien sí conoció Kafka fue a Robert Walser, que evidentemente también está dotado de ese absurdo y de lo que otros llaman contenido «psicológico». A quien también rememora la obra de Melville es a la del mexicano Juan José Arreola. El siglo XX fue rico en este tipo de escritos y podría pensarse que en su contexto nacieron esta clase de obras, pero como vemos tiene un antecedente poderosísimo en Bartleby, el escribiente, que fue fraguada desde mediados del siglo XIX por un hombre que le bastó poco para morir en el anonimato. Como se dice con la frase gastada, era un adelantado a su tiempo. Si se va más allá de un asunto de fechas y se tiene en cuenta que Melville fue redescubierto en el siglo XX, podríamos decir que «Bartleby» es una obra de la literatura norteamericana del siglo XX escrita, para mayor mérito, en el siglo XIX. Yo en medio de mi ignorancia, de la cual me avergüenzo, sobre los datos biográficos de Herman Melville, llegué a pensar, por deducción, que esta era una obra de las primeras décadas del siglo XX, lo cual refuerza el argumento.


La relevancia de una obra se da cuando se mezclan adecuadamente la voz narradora, el tiempo, la construcción de los personajes, el lenguaje, la historia, el o los espacios físicos, y, por supuesto, un tema con la posibilidad de trascender en el tiempo. Todo ello se resume en Bartleby, el escribiente, ejecutada por un profético Melville, el cual no vivió para disfrutar de los laureles que, después de muerto, le fueron asignados a sus obras.


Autor de Bartleby, el escribiente. Literatura norteamericana del siglo XIX
Herman Melville

Sobre las múltiples conjeturas que tiene la historia (el porqué del actuar del escribiente, el estado de alienación de una sociedad representada en los copistas, el legítimo derecho que tiene un ser para decir no o para morir si así lo desea) ya se ha escrito bastante: ensayos de filósofos reputados como Gilles Deleuze o de escritores memorables como Jorge Luis Borges o más moderno como Enrique Vilas-Mata.


Final


Por ello lo mejor es terminar con el discurrir filosófico del abogado narrador que quiere darle sentido a todo lo que vivió, a toda la historia que nos relató, así como otorgarle aires de eternidad a un minúsculo hombre que salió del anonimato para hacer parte de la historia de todos los seres sin esperanzas. Para ello centra el final de la obra en un discurso enfocado en el que pudo ser el antiguo empleo del protagonista, alguien que clasificaba las cartas que nunca fueron entregadas y que por ende se convertían en combustible para las llamas. Bartleby como esa carta que no llegó a escribirse o como ese mensaje que nunca llegó al destinatario.



(2015)


Comments


bottom of page