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Writer's pictureAlex Mauricio C. L.

Dictadores latinoamericanos: El otoño del patriarca (1975). Gabriel García Márquez

Updated: Aug 13, 2023

El poder Absoluto e Impersonal


La última de las novelas en la cronología es El otoño del Patriarca, que surge luego del rotundo e inesperado éxito que tuvo el autor con Cien Años de Soledad. La pretensión del escritor con esta novela fue desmarcarse de su antecesora. De allí que en su estructura formal y técnica sea distinta a su predecesora, más exigente. «Esta es una novela que tiene más dificultades, es decir, exige más del lector, exige un poco más de formación literaria, un poco más de atención, más de esfuerzo.» Comenta en una entrevista Gabriel García Márquez (GGM). Y de hecho, así es. En el proceso de recopilación de información me encontré con diversos foros con el suceso de que varias personas habían abandonado la lectura de la misma debido a su enrevesada estructura, a sus larguísimas frases y la carencia de puntos seguidos. Unido a ello, el hecho de tener constantes mudas temporales, cambios drásticos y sin preaviso de la voz narradora, se pasea por la primera persona del singular y del plural, por la tercera, por la segunda. Los puntos finales solo aparecen cuando termina un capítulo. Cada capítulo se inicia con la deseada muerte del general, la real o una inventada, ya la muerte propia o la de su doble, Patricio Aragonés.

«La segunda vez que lo encontraron carcomido por los gallinazos en la misma oficina, con la misma ropa y en la misma posición, ninguno de nosotros era bastante viejo para recordar lo que ocurrió la primera vez, pero sabíamos que ninguna evidencia de su muerte era terminante, pues siempre había otra verdad detrás de la verdad.»

El nivel de realidad de la novela está enmarcado dentro del etiquetado «realismo mágico». En este sentido, hay una gradación en el nivel de realidad para las tres novelas en mención; estando El Señor Presidente dentro de una realidad «objetiva» en ella no hay lugar para lo mítico. En Yo, el Supremo, lo que se sucede es un híbrido entre esta realidad «objetiva» y el plano mitológico (baste conocer el episodio relatado por Patiño, del penal de Tavegó, donde los reclusos se convierten en piedra).


En «El Otoño…» el personaje central y muchos de los que le rodean son llevados a un plano mitológico: su esquivo, joven y silencioso amor, Manuela Sánchez, que desapareció sin dejar rastro casi como Remedios la Bella. El general Saturno Santos, indio de sangre pura que fue su guardaespaldas luego de que le perdonara la vida. Indio de machete fiero y andar descalzo que alebrestaba a damas y perros por igual, con su aliento de tigre. Leticia Nazareno, mujer montuna, que el General raptó del destierro al que eran sometidas todas las órdenes religiosas. La única mujer que doblegó la voluntad del dictador, la única que supo lidiar con los achaques de antigüedad del General, la única que le dio un hijo que desde su nacimiento fue ascendido a general de división, ella fue el poder delante del poder mientras vivió. Lo que no hicieron con el General con ella fue hecho cuando precisamente él deseaba despojarla de gobierno, perros especialmente entrenados para oler sus elegantes cuellos de zorro azul, y las prendas de vestir de su hijo: los asesinaron, los devoraron en una muerte sangrienta. Ni que hablar de su madre, quien vivió ajena al extraordinario poder de su hijo, él mismo se encargó de canonizarla, debido a que la iglesia no lo hizo.

Cuenta GGM que su pretensión con la novela fue, más que hablar de un dictador, hacer una reflexión sobre «el poder absoluto e impersonal». Su dictador no está inspirado en uno de ellos, es la hechura de todos los que él pudo conocer: Porfirio Díaz, Francia, Juan Vicente Gómez, García Moreno, Rafael Leonidas Trujillo. Algo se halla de Francia y mucho de Trujillo, otro tanto de Díaz.


La novela comienza relatando en primera persona del plural el recorrido de los testigos por los vestigios de la casa presidencial luego de la impensada muerte del dictador. El argumento va y vuelve en oleadas por el pasado reciente y lejano del General, creando para el lector esa ilusión de eternidad que tenían los testigos de su vida. Tanta era esa ilusión de eternidad que se cuentan en broma entre sus ministros:


«No sólo habíamos terminado por creer de veras que él estaba concebido para sobrevivir al tercer cometa, sino que esa convicción nos había infundido una seguridad y un sosiego que creíamos disimular con toda clase de chistes sobre la vejez, le atribuíamos a él las virtudes seniles de las tortugas y los hábitos de los elefantes, contábamos en las cantinas que alguien había anunciado al consejo de gobierno que él había muerto y que todos los ministros se miraron asustados y se preguntaron asustados que ahora quién se lo va a decir a él …».

Dictadores latinoamericanos. Carátula  en la que se recrea una imagen del patriarca con su prole.
Portada de la novela El otoño del patriarca


Ciertamente, la novela está plena de cargas simbólicas alrededor del poder: Las múltiples muertes del General, su longevidad mitológica («tenía entre 107 y 232 años»), el ver morir a todos a quienes de alguna manera amó, el descrédito en su general de confianza Rodrigo de Aguilar que lo llevó a mandarlo a asesinar en lo secreto y servirlo literalmente, adobado con especias, en bandeja de plata al estado mayor del ejército. El fundar una lotería donde él siempre sacaba el premio mayor, pues todas las balotas tenían su número, el vender el mar territorial que ya no podía costear la república. Son incontables los ejemplos, pero la alusión más directa al sentido de la novela lo dio José Ignacio Sáenz de la Barra conversando con el General, a quien el dictador nombró jefe de su servicio secreto y quien exterminó a cientos de miles en busca de conspiradores: «al fin y al cabo el gobierno soy yo (habla el dictador), pero Sáenz de la Barra le explicaba impasible que usted no es el gobierno, general, usted es el poder».


La obra culmina con las razones de una de las voces narradoras que hablan de un poder esquivo, engañoso, inasible:


«había sabido desde sus orígenes que lo engañaban para complacerlo, que le cobraban por adularlo, que reclutaban por la fuerza de las armas a las muchedumbres concentradas a su paso con gritos de júbilo y letreros venales de vida eterna al magnífico que es más antiguo que su edad, pero aprendió a vivir con esas y con todas las miserias de la gloria a medida que descubría en el transcurso de sus años incontables que la mentira es más cómoda que la duda, más útil que el amor, más perdurable que la verdad, había llegado sin asombro a la ficción de ignominia de mandar sin poder, de ser exaltado sin gloria y de ser obedecido sin autoridad cuando se convenció en el reguero de hojas amarillas de su otoño que nunca había de ser el dueño de todo su poder, que estaba condenado a no conocer la vida sino por el revés, condenado a descifrar las costuras y a corregir los hilos de la trama y los nudos de la urdimbre del gobelino de ilusiones de la realidad sin sospechar ni siquiera demasiado tarde que la única vida vivible era la de mostrar, la que nosotros veíamos de este lado que no era el suyo mi general».

No hay mejor epílogo para esta reseña que el párrafo anterior, toma el poder desde su lado más lesivo para quien lo ejerce. Es la costura del tapiz lo que vislumbramos en estas obras, el revés que solo la literatura cuenta, ni la prensa, ni las obras de los caudillos, en muchos casos ni la historia, tal vez menos los cercanos que beben de las putrefactas aguas que dejan los poderosos. El escritor aquí es razón que ve más allá de lo que externamente es mostrado, lo que para unos es noticia y estadística para el escritor es conciencia, drama, trama y posteridad.


Bibliografía:

  • El Otoño del Patriarca (1975), Gabriel García Márquez, Círculo de Lectores.

  • El otoño del Patriarca (entrevista). Bruno Rosario Candelier (Ensayos Literarios. Santo Domingo, Biblioteca Nacional, 1986).


(2013)



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