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Writer's pictureAlex Mauricio C. L.

Dictadores latinoamericanos: El doctor Francia. Yo, El Supremo (1974), Augusto Roa Bastos.

Updated: Aug 13, 2023

«En mi caso, mi viejo propósito (tal vez uno de mis proyectos literarios iniciales que asoma furtivamente desde mis primeros libros) de escribir una novela a partir de la figura mítica del Doctor Francia, cubierta por la lápida termidoriana de la historiografía liberal, tuvo la ventaja de que carecieron todos mis otros colegas en el hecho de que José Gaspar de Francia fue el primer dictador revolucionario deAmérica Latina. Este oscuro abogado, que recibiera las Ordenes Menores en la Universidad de Córdoba, las abandonó para dedicarse por entero a la faena política de la emancipación paraguaya. El dictador Francia realizó él solo, apoyado por las clases populares del país, la increíble hazaña que no lograron los generales libertadores: establecer la independencia y soberanía, la autonomía y libre determinación de un pequeño país, el Paraguay, que se convirtió así en la Primera República del Sur. Las bases materiales construidas por el dictador Francia, así como la homogeneidad de una nación forjada en los moldes del estado político instaurado por él, iban a permitir al Paraguay transformarseen la nación latinoamericana más adelantada, material y culturalmente, en la América del Sur, en el siglo XIX.
Naturalmente, el dictador Francia no fue un gobernante perfecto en toda la extensión del término. Cedió también a las tentaciones del poder supremo; sobre todo en sus últimos años, la figura mítica de Francia -la que a mí como novelista me interesaba- pareció caer en la obsesión de lo absoluto, una de las más viejas pesadillas dela especie; en la religión del Yo, en lo que hoy se llama, a mi juicio con abuso semántico, el “culto de la personalidad”»
Augusto Roa Bastos

Fue publicada en 1974, cuando el ya citado «boom latinoamericano» comenzaba a declinar, coincidieron en la escritura de sus respectivas novelas, Roa Bastos (Paraguay, 1917-2005) y García Márquez.


Roa Bastos comenzó a escribir su novela en el año de 1967 y el nobel en 1968, culminando en 1975. La novela del escritor paraguayo es un audaz experimento técnico digno de su mentor, William Faulkner. Es una novela de difícil lectura (la leí a trompicones, pero el esfuerzo tuvo su renta) pues posee, además de una estructura compleja, un portentoso manejo del idioma: «Por ahora Dios no me ocupa. Me preocupa dominar el azar. Poner el dedo en el dado, el dado en el dédalo. Sacar al país de su laberinto». Un ingenioso juego de palabras dotado de fondo y forma. En este punto esta novela es más equilibrada que, por ejemplo, La Habana para un Infante Difunto, de Guillermo Cabrera Infante, donde también hay audacia en el manejo del idioma, un numeroso uso de las aliteraciones, generando musicalidad en la prosa, que tal como con Roa Bastos, estas aliteraciones conducen en muchos casos a descripciones sarcásticas de lo que cuentan. Pero mientras Cabrera Infante cuenta la conocida historia del niño que muta gradual a hombre con todos sus descubrimientos en una simplificación del fondo en detrimento de la forma; en Roa Bastos la forma y el fondo están perfectamente igualados.

Esta novela va más allá de una simple novela histórica, de hecho el mismo autor niega que su pretensión hubiese sido escribir una novela de este tipo.


Hace un estudio del poder, su soledad y paranoia, su cetro enajenante. Documenta la historia paraguaya: la de sus criollos españolizados, pero también la historia de la indiada y sus leyendas. Profundiza Roa Bastos en la personalidad del dictador, le da relevancia a su obra y erudición, pero también a su crueldad y egolatría. Hay que saber que el doctor Francia se hacía llamar a sí mismo el supremo, no permitía que fuese mirado por alguien a su paso cuando le era dado recorrer las calles de su patria. En la novela se amalgama perfectamente un personaje humanizado, a pesar de sus poses caricaturescas que son naturales en quienes están obsesos por el poder. Aquí hay una de tantas distinciones con El otoño del Patriarca; el personaje de García Márquez es, deliberadamente, una criatura mitológica muy al contrario del Supremo y del señor Presidente de Asturias. Esta humanización, este equilibrio, es ayudado sin duda por un personaje minúsculo en influencia, pero valioso en la dotación de realismo de la historia: Es el secretario privado del Supremo, Policarpo Patiño, que funge más que como secretario, como escribiente. Una especie de Sancho Panza, confirmado por el autor en una entrevista, una suerte de Kaptah para Sinuhé, El egipcio (Novela de Mika Waltari). Alguien, que dotado de espíritu práctico, interpela ocasionalmente al Supremo y lo devuelve a su sitial terreno, a su poder temporal, a pesar de las pretensiones de poder divino.


La novela es una recopilación de textos, ficticiamente hecha por un compilador o hechos por un compilador ficticio: Documentos oficiales del Supremo, memorias privadas(quemadas en sus apartes por el fuego como lo testimonia el compilador), la circular perpetua escrita por él, las anotaciones del escribiente Patiño dictadas por la voz del dictador, documentos varios escritos por testigos de la vida del Supremo o por historiadores, pie de páginas dejados por el compilador y hasta pasquines amenazadores. A causa de esta variedad de fuentes, en la novela hay constantes mudas en la voz narradora y por supuesto en el tiempo, que se mueve básicamente entre el presente y el pasado y en ocasiones hasta en el futuro. Se conoce así no solo la historia de una nación, sino también la de una personalidad compleja como la que condujo a la naciente república paraguaya durante cerca de veinticuatro años.


La obra comienza con la lectura de un pasquín fijado en la puerta de la catedral, supuestamente escrito por El Supremo:


Yo el Supremo Dictador de la República Ordeno que al acaecer mi muerte, mi cadaver sea decapitado; la cabeza puesta en una pica por tres días en la Plaza de la República donde se convocará al pueblo al son de las campanas echadas al vuelo

Todos mis servidores civiles y militares sufrirán pena de horca. Sus cadáveres serán enterrados en potreros de extramuros sin cruz ni marca que memore sus nombres.

Al término del dicho plazo, mando que mis restos sean quemados y las cenizas arrojadas al río...


Dictadores latinoamericanos. José Gaspar Rodríguez de Francia. Casa de la Independencia. Yo, el Supremo. Premio Nobel. Augusto Roa Bastos
José Gaspar Rodríguez de Francia. Casa de la Independencia. Asunción, Paraguay. Foto, el autor.

Y termina con una serie de cartas escritas por historiadores y especialistas sobre la ubicación y autenticidad de los restos del dictador, que luego de su muerte fueron desmarcados; de tal manera que su tumba quedó sin nombre. De sus restos no se tienen noticias ciertas. Es así como el pasquín se convierte en un escrito profético de lo que al final de los días sucedió con los restos de El Supremo.

El doctor Francia, cuenta la historia paraguaya, murió apacible, natural fue su muerte. En la novela el autor la da una muerte más dramática y simbólica, consumido y consumado por el fuego que él mismo prendió con una lupa, ayudado por el «fiel de fechos» como daba en llamar a Patiño. Luego de ello sigue su mente activa, elucubrando, su mano casi extinta, escribiendo, legando un testamento filosófico de su ser, que se desdobla en otro, cuando va en camino hacia el no ser que es la muerte:


YO es ÉL, de­finitivamente. YO-ÉL-SUPREMO. Inmemorial. Imperecedero. A mí no me queda sino tragarme mi vieja piel. Muda. Mudo. Sólo el silencio me escucha ahora paciente, callado, sentado junto a mí, sobre mí. Únicamente la mano continúa escribiendo sin cesar. Animal con vida propia agitándose, retorciéndose sin cesar. Escri­be, escribe, impelida, estremecida por el ansia convulsa de los con­vulsionarios. Ultima ratio, última rata escapada del naufragio. En­tronizada en la tramoya del Poder Absoluto, la Suprema Persona construye su propio patíbulo. Es ahorcada con la cuerda que sus manos hilaron. Deus ex machina. Farsa. Parodia. Pipirijaina del Supremo-Payaso.

Bibliografía

  • Yo, El Supremo (1974), Augusto Roa Bastos, Editorial Oveja Negra.

  • Augusto Roa Bastos Sobre Yo El Supremo. Alain Sicard. Revista de Literatura hispánica Vol. 1, 1979.

  • Augusto Roa Bastos: La realidad superada. Caleb Bach. Revista América O.E.A. Washington, 1996.

(2013)




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